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FLAVIO ALONSO DE CELIS
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FLAVIO ALONSO DE CELIS
Nace en Bilbao (España) el 2 de Noviembre de 1953. Cuando cuenta 14 años su familia se traslada a Barcelona, donde se establece definitivamente. Tras finalizar sus estudios de Música y de Historia, se dedica a la crítica y a la enseñanza así como a la dirección coral y más tarde a la teatral, entrando en contacto con varios grupos de teatro independiente. Dirige el estreno en España (1979) de la versión original en inglés con música en directo del musical "West Side Story", producido por Susan Dieli, el Instituto Norteamericano de Cultura y el Consulado de los EEUU. Autor de dos obras de Teatro: "¿Bailamos un vals? (Estrenada en 1983) y "El Armario" (1999). Crítico musical de la revista RITMO y director de varios programas radiofónicos de música clásica, actualmente entre otras actividades es redactor de la revista en catalán "La Miranda" en la localidad de su actual residencia, Capellades (Barcelona).

 FLAVIO ALONSO DE CELIS
EL  POBRE  DE  LABRA

                            “¡Deshumanad! ¡Buen provecho!  Yo me quedo con la boda
                               de lo humano y lo divino, que es la gloria “
                                                    (Miguel de Unamuno)

Lo que pintaba Aniceto Labra en la Casa del Marino, era todo un misterio para los habituales del local. Había ascendido a  jefecillo de una empresa dedicada a los fletes, consignaciones y mercancías, así que desde su ascensión al cargo nos visitaba cada tarde hacía ya algunos meses, aprovechando la más mínima oportunidad para exponer las garantías de su representación, y propagar el buen nombre de su empresa. Se cruzaban apuestas sobre lo que duraría en el cargo. Labra no hacía como buen vendedor ni buen conversador y éstas eran las cualidades necesarias para poder negociar con aquellos hombres de la mar.

Todos estábamos convencidos -si bien no todos, sí al menos la mayoría- que sus superiores no hicieron buen negocio al designar a Labra para aquellas responsabilidades. Pero lo cierto era, que la visión que poseen en general tal clase de personajes, pasa por unas normas establecidas de antemano y practicadas sin discusión posible. Juzgan a los demás a través de sus cortas aspiraciones con un raciocinio grosero, vulgar y vacío de cualquier interés. Parece ser no obstante, que el mundo se mueve de ésta manera y así llegan a medrar elementos como el pobre de Labra.

            Un día se destapó al enfrentarse a otro fletador.

- Todo eso son tonterías, lo que hay que conseguir es reducción de los costes a cualquier precio. Gastar menos, en una palabra -A veces se expresaba como poseedor de la verdad más absoluta, sobretodo cuando recitaba las cifras o los postulados aprendidos en los cursillos de capacitación ofrecidos por la “santa” empresa.

- Pues por mí os podéis ir a la mierda tú, tus reducciones y tus costes, todos juntos. Además Labra, siempre me has parecido un “lameculos” de lo más tirado.

- Lo que te molesta es que yo haya salido de la nada. Para ti ha sido muy fácil ya que te viene de familia. -Remató muy a cuento Labra.

 No obstante la desairada contestación no se hizo de rogar.

- ¿Sabes que te digo delante de todos? -Y sin pararse en mientes le espetó a la cara:       
-Simplemente eres un piojo resucitado y no tienes ni idea de nada. Repites lo que te enseñan a pies juntillas y no sirves para otra cosa, que no sea transmitir las órdenes de arriba, sin discutirlas ni analizarlas. ¡Eres una verdadera calamidad!

Tenía toda la razón, al menos eso era lo que pensábamos los presentes reunidos en la discusión. Pero el pobre de Labra tenía un inmenso poder de mutación. Cuando se percataba de que los tiros iban en una dirección donde pudiera colocar su producto, le veías exhibir sin convencimiento ni sinceridad alguna, su mejor sonrisa festiva. Que se trataba de política, cambiaba de postura rápidamente o bien optaba por callar. Todo servía a su causa. Las guerras, el paro, el hambre. Todo lo que pudiera dar vigor a su economía y brillo a su gestión era bueno para él. No pensaba en las consecuencias, eso no entraba dentro de su ínfima escala de comportamiento social ni humano. Nunca había oído nada de ello en las reuniones de ejecutivos. No figuraba en circular alguna donde poder asumir las razones que desconocía y despreciaba. Pero lo peor de todo, era su nula aptitud para abrir los ojos a la realidad, a la miseria, al sufrimiento ajeno, a la pura alegría, a lo humano en general. No le interesaba nada en absoluto todo lo que no estuviera relacionado con su profesión. Al pobre de Labra, tampoco le acompañaba el físico, así que su éxito con el sexo débil se limitaba a dos o tres "succés d'scandale", con forasteras a las que podía deslumbrar inicialmente, con su traje planchado, su coche de "quiero y no puedo" y una cena en el restaurante típico del lugar.

Claro que cuando surgían sus auténticos valores - más bien la falta de ellos - las invitadas desaparecían rápidamente. Algunas incluso habían huido despavoridas, pero él se consolaba pensando en que la perdedora era ella: “Total yo puedo tener compañía siempre que quiera, en cambio ellas... Labra solo hay uno”. Con su estilo, su corta estatura y pronunciada calvicie, se exponía delante de cualquiera a defender con rotundidad su opinión sobre las mujeres en general.

- Las mujeres como decía el poeta: La pata quebrada y en casa.

- ¿Qué poeta dijo eso?- Preguntó alguien con ganas de juerga.

- Es... una forma de decirlo - Contestó Labra peleón.

- Es una forma de decir... ¡Qué!

Un silencio ominoso, hasta que Labra triunfalmente remachó:

- ¡Un refrán! Eso es ¡Un refrán! Sus superiores le habían inculcado machaconamente,  sobre la enorme importancia de elegir la palabra justa, en el momento oportuno y ahora creía haberlo conseguido.

De pronto decidí que tendría que vérmelas con el gallito. Siempre me había caído mal pero en aquél momento me molestó más de lo permisible. Aquella arrogancia ante su propia imbecilidad aprendida, me sacó de tino simplemente.

- Escucha patán - Labra se hizo el desentendido- ¡A ti Labra, te hablo a ti!

Entonces escuchó levantando la cabeza a fin de parecer algo más alto. De lo que sucedió a continuación, tan solo me acuerdo del golpe de banqueta que dio conmigo en el suelo y que me tuvo sin conocimiento un buen rato.

Después todo volvió a su normalidad habitual. Labra se marchó inmediatamente, temeroso de la reacción de los presentes que estaban por atenderme. Mariano uno de mis mejores amigos rojo de ira, así que recuperé el conocimiento me dijo muy serio:

- Tranquilo que a ese le tengo preparada una bromita que no la olvidará mientras viva.

Mariano era un aragonés noble, amigo y compañero como el que más, pero  sabía muy bien que cuando se trataba de vengar una ofensa hacia alguno de los suyos, se convertía en un elemento peligroso para el ofensor. Temía por el pobre de Labra, tampoco era como para excederse en la venganza y en todo caso era mía la responsabilidad. Así se lo dije, pero fue como hablar contra un muro. Solo contestó tajantemente:
- Quien toca a un amigo, es como si me tocara a mí. Ya sabes como las gasto o sea que tú aquí a callar. Me encargo yo solito de todo éste asunto.

Pasaron dos días sin que Labra apareciera por el local. Tenía miedo -según nos contó un empleado suyo- a que nos vengáramos de él llevados por la envidia. Como suele suceder en estos casos, Labra se dedicó a la pusilánime pero positiva labor, de hablar mal de mí a personas que intuyó podían influir en mi vida.

Pero también se equivocó. Aunque tuvieran buena acogida sus insidias entre la mayoría de la gente a quien visitaba, ni uno solo de todos ellos tenía la menor ascendencia sobre mí, ni sobre mi conducta o mi carácter. Así que me enfrenté con Aniceto Labra en su propio despacho en cuanto me enteré de sus trapicheos.
- Mira Labra, me gustan las cosas claras ya lo sabes. Me he olvidado del batacazo que me diste, pero no permitiré que vayas predicando necedades sobre mí por la ciudad. -Tomé impulso ahora que lo tenía acorralado- Como te permitas el más mínimo comentario de ahora en adelante, vengo aquí a tu santuario y te rompo la "jeta" en las propias narices de las fotos de tus amados jefes, o  sea que ya sabes a qué atenerte.

Sin más salí del despacho con celeridad. Intenté localizar a Mariano pero estaba en Gijón de viaje y llegaría tarde. No tenía intención de dejar  que mi amigo llevara a cabo la venganza propuesta, al menos hasta ver como se comportaba el otro después de la última entrevista en su despacho de la naviera.

Aquella misma noche estalló un enorme petardo de funestas consecuencias, debajo mismo del lecho de  Aniceto Labra. Se prendió fuego la manta primero, la cama después y él mismo sufrió heridas de pronóstico reservado. Mariano que aún rondaba por los alrededores, fue quien le salvó la vida. Entró en la habitación en cuanto observó el fuego y sacó en sus poderosos brazos, al espantado Labra que gimoteaba de dolor y de pánico.

- ¿Ves qué te pasa por imbécil?  ¡Espero que hayas aprendido la lección!

No interpuso denuncia alguna y de todo ello sólo nos queda un remoto recuerdo. No apareció más por la Casa del Marino y lo cierto es que nunca se le echó en falta. Su carrera profesional experimentó un ligero cambio, pero siguió firme y voluntariosa como siempre.

El cambio aludido era que ahora Labra usaba un bisoñé rizado unos días, y otro, con tupé los sábados y domingos.

En el accidente se le había quemado el poco pelo que le quedaba, hasta la mismísima raíz.

DEL LIBRO:
 VIANARU EN ROMA,
SIETE CUENTOS MARINEROS
Y OTROS RELATOS

NUESTRA OPINION:

"Vianaru en Roma, Siete Cuentos Marineros y Otros Relatos" del escritor español Flavio Alonso de Celis, es un libro que el lector apreciará, sin duda, por su elevada atmósfera narrativa como por su poderoso contenido...
                                                        José Alejandro Peña


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Y EN ESTADOS UNIDOS DE AMERICA, 2002
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